“Creatividad y Emprendimiento: mucho más que un breve encuentro”

Quizás una de las definiciones de emprendimiento más difundida sea la que dio en su día Howard Stevenson, de la Harvard Business School, como la persecución de oportunidades más allá de los recursos que están bajo nuestro control. Revela dos aspectos fundamentales. El primero es que nace de descubrir oportunidades y estas suelen ser una consecuencia de la observación y asociación de elementos, dos actitudes clave para la creatividad. El segundo aspecto es que los recursos para ello no se tienen bajo control, y consecuentemente el proceso para alcanzar los objetivos queda condicionado por la incertidumbre sobre los medios (al menos inicialmente), que no se conocen o incluso no se dominan. Más de uno diría que, visto así, el emprendimiento es una actividad que carece de oficio, y puede estar en lo cierto, y otros que hasta parece un acto irresponsable, pero obviamente no es así.

¿Cómo llevar a cabo un proyecto con medios que no se controlan y consecuentemente con objetivos o resultados inciertos? ¿Qué competencias debe tener un emprendedor para ello? Quizás estas sean preguntas que nos hacemos todos los que nos dedicamos a apoyar proyectos de emprendimiento y, de una manera u otra, formamos a sus líderes para que lo hagan mejor. Si abordáramos esto con el planteamiento clásico y sencillo de la tríada de competencias: conocimientos (saber), destrezas y habilidades (poder o saber hacer), y actitudes (querer), en una primera aproximación, podemos llegar a un perfil de competencias similar al de un directivo con un componente importante, o una acentuada capacidad de liderazgo. Una de las características más relevantes del liderazgo, si no la más, es la capacidad de desarrollar y transmitir una visión. Sin duda, esto requiere imaginación que, por cierto, mantiene la misma raíz que imagen (sinónimo de visión), y es un recurso necesario para la creatividad. Sin embargo, mucho nos tememos que las condiciones de incertidumbre, inestabilidad, aprendizaje y descubrimiento, propias del proceso de emprendimiento (emprendizaje), conllevan un cambio continuo en los escenarios, que requiere soluciones y nuevas visiones a cada momento, mucho más allá de lo que ocurre en posiciones directivas de empresas con velocidad de crucero. Las destrezas creativas que ello implica asegurarán el avance del proyecto tanto en sus aspectos técnicos y de gestión como en los motivacionales. Nos encontramos pues con que las competencias creativas del emprendedor refuerzan directamente su capacidad de liderazgo.

Esta cuestión es clave al analizar el tipo formación que damos a los emprendedores desde las estructuras de apoyo existentes, y es extensible a las escuelas de negocios y posgrados, entendiendo que muchos de sus alumnos optarán por la vía del emprendimiento como opción profesional, y así lo deseamos todos. Además, al ritmo con el que se producen los cambios en los entornos globales de los negocios de hoy y el alto nivel de competencia requiere de perfiles más creativos también en las empresas consolidadas.

Esto implica por parte nuestra la necesidad de una nueva didáctica, tanto en su aspecto de enseñanza/aprendizaje como de evaluación y, como la creatividad se desarrolla ejerciéndola y experimentando, también conlleva un mayor esfuerzo y trabajo por parte del alumno. En otras palabras, nada es gratis, y esto tampoco. La incorporación de asignaturas de creatividad fomenta la cultura innovadora. Sin embargo, hemos de evitar reducirlo a aproximaciones fundamentalmente lúdicas que se alejan en exceso del entorno y los objetivos de los negocios. La creatividad entendida como una competencia personal, o mejor grupal, va más allá de la realización de ejercicios sobre técnicas y dinámicas creativas, que, por otro lado, si no se llegan a dominar a fondo y con naturalidad por todos, se hacen pesadas e introducen una artificiosidad que las vuelve ineficaces, razón por la que a menudo en las empresas terminan en desuso, o lamentablemente se olvidan.

Las competencias creativas se deben plantear de manera transversal y a ser posible de manera general. Mihalyi Cisksenmihlayi[1] dice que la creatividad resulta de la interacción de un sistema compuesto de tres elementos: Una cultura que contiene reglas simbólicas, una persona que introduce la novedad en el dominio simbólico, y un campo que reconoce y valida la innovación. Significa, por un lado, que la creatividad depende de una validación y en ello radica la concepción constructivista de la ciencia, y es el papel del mercado en la innovación. Pero también implica que para modificar una cultura es preciso conocerla, como para crear música hay que saber música. Desligar las capacidades creativas del dominio para el que se aplican puede ser una deconstrucción interesante a efectos de difusión de la creatividad, pero poco eficaz y útil para su generación.

La creatividad es un hábito, como dice Twyla Tharp en un libro entrañable que nunca me cansaré de citar y que lleva precisamente el título de “The Creative Habit”[2]. Para ella, la creatividad es el resultado de una manera de abordar el encargo desde su preparación, incluso antes de haber comenzado el propio proceso creativo como tal. Esa práctica continuada le permite la mejora, como consecuencia del compromiso con esa forma de hacer y desde la creatividad como un valor. Aristóteles decía que somos lo que hacemos día a día; de modo que la excelencia no es un acto, sino un hábito.

Desgraciadamente, lo que no se hizo en la educación escolar, conlleva un mayor coste y los resultados son mucho peores cuando se aborda y se aprende en edades más avanzadas, pero esto no quita para que no se pueda lograr el cambio. ¡Tenemos que hacerlo!

En Pozuelo de Alarcón, a 23 de Noviembre de 2012

Rafael Zaballa


[1] Csiksenmikalyi, Mihalyi ((1997): “Creativity”, Harper Perennial, New York,

[2] THARP, Twyla «The Creative Habit» Simon & Schuster Paperbacks, 2006

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