
La transformación digital es una ventana de oportunidad para la implantación de nuevas herramientas y establecer nuevos enfoques para nuestras actividades que nos permitan ser más competitivos y hacer las cosas mejor. Pero no todos lo vemos igual de claro ¿requiere la transformación digital un nuevo tipo de innovador? ¿unas habilidades especiales en las personas? ¿un enfoque nuevo o diferente de la innovación? ¿cuál es? ¿están en nuestra organización y tenemos identificadas a estas personas?
La tecnología digital facilita la recopilación, acceso y gestión de datos, información y conocimiento, tres conceptos que se disponen en tres niveles diferentes de agregación y complejidad. El dato es el más simple, y por debajo de este en simplicidad están los símbolos que lo conforman. Estos, sus significados y las maneras en que se asocian, constituyen el lenguaje que nos permite comunicarnos. Desde los inicios de la programación manejamos lenguajes informáticos y protocolos de comunicación para tratar datos y convertirlos en información de utilidad, así como transferirlos de unos ordenadores a otros de manera fiable y sin que pierdan su contenido o significado en el proceso. Así mismo, los lenguajes y protocolos son múltiples y requieren de traductores para trasladarlos de unos a otros.
Con la información ocurre algo análogo. La tecnología hoy nos facilita su análisis, síntesis y organización. La información transmitida en un lenguaje o idioma, puede hacerse comprensible en otro recurriendo a un traductor o intérprete. Las palabras traductor o intérprete se utilizan indistintamente para lo mismo. Sin embargo el intérprete, además de tener una comprensión exhaustiva de la lengua de origen y de destino con la que va a trabajar, debe añadir la capacidad de adaptación, intuición y reacción, para transmitir de manera fiel lo que está escuchando en tiempo real. También suelen poseer una gran memoria, ya que en determinadas situaciones los intérpretes tienen que confiar únicamente en su retentiva para trabajar. En definitiva, el intérprete añade elementos propios como la intuición, la espontaneidad y la capacidad de reacción para facilitar la comprensión, que por cierto constituyen elementos característicos de la creatividad. La intuición y la espontaneidad son elementos de la lógica abductiva, introducida por Charles Sanders Pierce[1], como capacidad humana fundamental para aportar ideas para la solución de un problema o dificultad con la que de repente de repente y sin más elementos nos encontramos. Cuando algo no se entiende del todo, se precisa de la interpretación como ejercicio para explicar los hechos de manera verosímil o al menos obtener explicaciones plausibles. No hablamos de tener certezas pero, a falta de ellas, las hipótesis son al menos un buen comienzo. Como decía Novalis[2]: «Las hipótesis son como las redes, lanzas la red y tarde o temprano encuentras algo». El intérprete, por tanto, a falta de la posibilidad de literalidad en la traducción, deberá trasladar las ideas como él cree que son, es decir, interpretándolas. Así, un conocimiento o experiencia anterior en la materia, como tener bien arraigado el oficio de intérprete con las habilidades personales que conlleva, le permitirán salir del paso en la mayor parte de las ocasiones.
A los músicos también se les llama intérpretes y no traductores, porque se entiende que tocar una partitura lleva intrínseco aportar creatividad en forma de elementos que trasladan sentimiento o emoción o, en el caso del músico de jazz, su propia manera de entender la obra, condicionado por el momento, lugar y audiencia en particular y única para la que la interpreta. Esta forma de hacer música, si bien tiene su principal referente hoy en día en el jazz, se viene practicando desde los orígenes, y cuenta con Juan Sebastián Bach o Mozart como algunos de sus más ilustres representantes. En particular, la música puede considerarse un lenguaje en sí mismo. Un lenguaje a veces muy sencillo y otras muy complejo, incluso dotado de una matemática propia, que transmite sentimientos y emociones sin otros elementos más que los sonidos y su ordenación con ritmos. Es un lenguaje que no permite la explicación, solo percibir. En este sentido se mueve dentro del terreno de lo tácito, de una comunicación que se transfiere de persona a persona sin explicación. Una comunicación implícita y por consiguiente su valor está en la comunicación en sí. El compositor de jazz Bill Evans[3] decía: «Las palabras son las hijas de la razón y por lo tanto no pueden explicar la música. En realidad no pueden transmitir sentimiento porque no forman parte de esta. Por eso me molesta cuando la gente intenta analizar el jazz como lo puede hacer una teoría intelectual. No lo es. Es sentimiento.» Para traducir lo tácito o implícito a explícito, recurrimos a analogías, modelos o metáforas. Una metáfora consiste en utilizar una sola palabra o frase para definir el resultado de la interacción o relación entre dos pensamientos sobre cosas diferentes («sus labios, como pétalos…, nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar que es el morir»). Utilizamos trucos de interpretación, frente a la inexistencia aparente de una traducción literal. La poesía, su magia y capacidad de sorprender y entusiasmar se sustenta en gran medida sobre la metáfora y esto es prueba de que la asociación es una enorme fuente de creatividad para el ser humano. Los títulos de las canciones o los poemas sinfónicos son metáforas que aportan una narrativa y dotan de significados nuevos a la música con atributos que de por sí carecía, pero que le quedan adheridos formando parte inherente e inseparable de ella misma y por consiguiente también transformándola. Dice la coreógrafa Twyla Tharp[4] que todo lo que creas es una representación de otra cosa y, en este sentido, todo lo que creas está enriquecido por la metáfora. Cuanto más entendemos la metáfora, más nos entendemos a nosotros mismos.
Poco se ha dicho en la literatura sobre innovación acerca de la interpretación como generadora o germen de ideas para la innovación. Sin embargo, traducir conceptos de unas disciplinas o áreas de conocimiento a otras, aportando nuevos significados o beneficios, está en el ADN de la innovación y se fundamenta en gran medida en el pensamiento lateral y la lógica abductiva. Franz Johansson[5] en su ampliamente divulgado libro titulado «El Efecto Medici», pone de manifiesto cómo las ideas innovadoras florecen en la intersección de la experiencia diversa, sea la de otros o la propia, y que cuanto más diverso el cruce de experiencias, más probable será que ocurra la síntesis casual (serendipity) de la sorpresa.
Sin embargo, la innovación, como muchas de las actividades del hombre, parece entenderse mejor como un proceso de avance continuo desde la investigación y el desarrollo, cuando quizá lo que buscamos se encuentra a la vuelta de la esquina y no nos hemos parado a mirar. No olvidemos que la transferencia y asimilación de tecnología también forman parte del proceso de innovación tecnológico, y los retos y oportunidades que nos plantea hoy la transformación digital son de este tipo, por su transversalidad en muchos casos, y es preciso desarrollar capacidades de interpretación para incorporarlos a nuestras empresas. Clayton Christensen[6] apunta la capacidad de cuestionar, observar el mundo con intensidad, la capacidad de asociar y networking, así como la experimentación como características comunes del ADN de los innovadores («The innovator’s DNA»). Por otro lado, Daniel Pink[7] reivindica las aptitudes propias del lado derecho del cerebro para poner en marcha un nuevo cerebro («A whole new mind») para afrontar los retos del futuro. Un nuevo cerebro que sea capaz de proponer nuevos significados, que diseñe focalizado en la utilidad y el sentido, que empatice, sintetice y por último que sea capaz de persuadir y convencer. Muchos grandes intérpretes reúnen estas capacidades y nos pueden servir de modelo.
Nos encontramos pues con que para muchas actividades humanas el concepto de cerebro izquierdo sigue prevaleciendo sobre el derecho y sin embargo las capacidades para la asimilación y transferencia tecnológica están más relacionadas con el segundo: creación frente a ejecución y efectuación frente a causación. Dicho de otra manera, las oportunidades están más en hacer algo con lo que disponemos (asimilar y transferir) que en disponer de cosas para hacer algo (ejecutar o desarrollar), y debemos estar preparados para ello. Lo inmensamente interesante es que hoy se dispone de mucho. La tecnología está allí esperándonos y debemos saber ver en qué y cómo nos puede servir.
Para centrar la cuestión, propondría en primer lugar realizar un análisis de cuáles son los aspectos de nuestro negocio que nos preocupan, aquellos que consideramos deben ser mejorados por cuestiones estratégicas o de visión de negocio, o allí donde estamos viendo una oportunidad y se nos puede escapar si no la abordamos.
Los ámbitos abarcarían todas las actividades de la empresa y los resultados todas las tipologías de innovación: procesos, productos, servicios, comercialización, modelos de negocio, organización, etc..
Y algunas de las preguntas que saldrían podrían ser:
¿Cómo podemos crear valor para nuestros clientes utilizando datos y herramientas de análisis de las que disponemos o a los que podríamos tener acceso?
¿Cómo podríamos generar nuevos negocios sobre la base de aquello en lo que somos muy competente utilizando el cloud computing o las plataformas en la nube?
¿Cómo podríamos mejorar nuestros procesos logísticos usando las tecnologías de geo-posicionamiento o los drones?
¿Cómo podríamos vender información o conocimiento que nosotros generamos a terceros que les fuera útil?
¿Cómo podríamos combinar datos entre y a través de industrias para disminuir riesgos medioambientales o costes energéticos?
¿Cómo podríamos mejorar la trazabilidad de nuestros productos utilizando el internet de las cosas o añadiendo sensores a mis productos?
¿Cómo podemos utilizar los medios y canales digitales para transmitir un discurso sólido a nuestros clientes de manera que tuvieran tomada la decisión a favor de nuestro producto antes de llegar al punto de venta?
Algo común que nos salta a la vista en todas estas preguntas es que para desarrollarlas es preciso un conocimiento importante de la actividad y procesos que desarrolla la compañía: los propios. Para interpretar bien hay que dominar la técnica del instrumento. La transformación digital se implantará desde el conocimiento de los procesos existentes y de la información y conocimiento que se genera con ellos, así como con el adicional que se requiera para ello. No es tanto una cuestión de conocer a fondo la tecnología digital que vamos a incorporar como entender cómo y para qué nos puede ser útil. El tecnólogo nos ayudará a desvelar sus particularidades y lo que se puede y no se puede hacer. Con todo ello, es un ejercicio que desarrolla y requiere talento de las personas, y para el que estas tienen que estar preparadas para asumir. El intérprete se transforma y crece en capacidades con cada nueva interpretación y, por analogía, las personas y la organización implicada en su transformación digital crecerán y se transformarán con ello.
El segundo aspecto que quisiera mencionar es la forma en que se plantean los retos. Estamos cuestionando en forma positiva la incorporación de las nuevas herramientas. Las preguntas son abiertas, para no limitar las respuestas al sí o al no, y se invita a participar y a desarrollar. Van dirigidas a nosotros en plural; a nuestra organización y no son imperativos como habitualmente ocurre en los proyectos ejecutivos. No hay ¡hay ques!, por el contrario, se invita a probar, a jugar, a experimentar. No hay intérprete que no juegue con su instrumento, que no experimente. El juego permite probar y desarrollar destrezas y técnicas nuevas sin riesgo de error, o cuanto menos controlado, como en los recreos. En inglés y en alemán, jugar es sinónimo de tocar un instrumento (to play, spielen), por alguna razón, supongo. Lo contrario de jugar no es trabajar, dice Brian Sutton-Smith[7]: «Lo contrario de jugar es la depresión. Jugar es actuar y tener voluntad, estar exultante y comprometido como si uno estuviera seguro de sus posibilidades».
Diría que gracias a internet, el número y calidad de muchos intérpretes musicales ha mejorado enormemente, especialmente entre los no profesionales. Son los beneficios de la conexión que nos permite obtener nuevas referencias y compararnos con otros. Los tutoriales, las lecciones en youtube y la difusión de videos de personas de lo más variopinta tocando sus instrumentos y divulgando sus interpretaciones estimulan día a día a muchos otros, que empatizan con ellos, y que ven cómo gracias a ello son mejores a la guitarra o a las baquetas, y se les abre todo un mundo de versiones que incrementa su conocimiento de la música y dan contenido y significado a vivir la vida acompañados de un instrumento como un fenómeno global y sistémico. Así, la transformación digital de nuestras empresas podrá tener implicaciones importantes sobre la incorporación de nuestras regiones a un nivel nuevo de conocimiento compartido, la economía del conocimiento, que sin duda influirá en nuestra calidad y estilo de vida. También, como fenómeno global y sistémico, la construcción de una sociedad y economía digitales se establece desde la participación de todos y sus beneficios parecen ya haber sido cuantificados económicamente. Ahora la cuestión es que estemos realmente dispuestos a ser sus intérpretes.
Rafael Zaballa, en Pozuelo de Alarcón 11 de Mayo de 2017
[1] MARTIN, Roger «The Design of Business: Why Design Thinking is the Next Competitive Advantage» Harvard Business Press, 2009
[2] RODARI, Gianni «La Gramática de la Fantasía, Introducción al Arte de Inventar Historias» , Ed. Planeta 2009
[3] LEVITIN Daniel (2008): «The World in Six Songs» Penguin,
[4] THARP, Twyla (2005): «The Creative Habit» Simon & Schuster Paperbacks
[5] JOHANSSON, Frans (2005): «El efecto Medici: Percepciones rompedoras en la intersección de ideas, conceptos y culturas», Deusto HBS Press
[6] DYER Jeff, GREGERSEN Hal, CHRISTENSEN Clayton (2011): «The Innovator’s DNA, Mastering the Five Skills of Disruprive
[7] PINK Daniel (2006): «A Whole New Mind» Penguin